martes, 20 de julio de 2010

El arquitecto profeta



Cuando en 2000 le fue concedido el Pritzker existía el consenso de que Rem Koolhaas (Rotterdam, 1944) estaba llamado a convertirse en el profeta de la nueva arquitectura. Así lo dijo Thomas Pritzker, presidente de la Fundación Hyatt que concede los premios. Además de asegurar que era la cara del nuevo milenio. Diez años después no son pocos los que han pasado a considerarlo como un ídolo caído. Y eso que en la última década ha construido más edificios y en más lugares del planeta que en los 25 años anteriores.
La figura del holandés, crecido en Indonesia -donde su padre dirigía un centro cultural- y formado como periodista -escribía en el diario Haase Post de La Haya antes de convertirse en arquitecto-, revolucionó los cimientos de la profesión cuando se puso a analizar el mundo. En 1978, sin haber levantado apenas un edificio, ya tenía un modelo de ciudad. Y éste pasaba por combinarlo todo. Su Delirious New York estaba escrito a la contra. Y en él había tanta sociología como urbanismo. Premonitorio, pero no excesivamente comprendido, su ensayo se convirtió en una singular arma publicitaria. Fue su segundo acierto. El primero había sido bautizar su estudio, creado en 1975, con el acrónimo OMA (Office for Metropolitan Architecture). Su oficina no hablaba del talento ni la personalidad de un hombre: delataba una ambición urbana. Ellos (Kolhaas, Elia y Zoe Zhenghelis y Madelon Wriesendrop) querían reinventar el mundo. Y tenían prisa. El propio Koolhaas no se graduaría de la Architectural Association de Londres hasta tres años más tarde, en 1978, el año en que apareció el famoso libro. Hoy, el despacho, con más de 300 personas, se ha multiplicado y desdoblado. Con oficinas en Nueva York, Pekín y Dubai -además de la nave nodriza en Rotterdam-, OMA es ahora también AMO, un despacho que ofrece servicios de diseño, sociología y hasta política. Todo es arquitectura.
Fue seguramente una magnífica vista desdibujada de la Torre Eiffel, fotografiada desde la cubierta de su Villa dall'Ava (1991) a las afueras de París, la que hizo pensar que la vivienda unifamiliar burguesa podía actualizarse más allá de la rigidez moderna. Hasta entonces, las credenciales de este holandés errante pasaban por un sorprendente Teatro de la Danza en La Haya (1987) y por el Educatorium (1997) de Utrecht, que fundía los conceptos de suelo y techo y puso a funcionar a una legión de epígonos. Ese edificio recordó la mano que Koolhaas tenía con las palabras. El Educatorium era algo más que un colegio: era una fábrica de la educación. También en Lille (Francia) rebautizó como Grand Palais un centro comercial (1994). Koolhaas tenía muchas cosas que decir. Y sabía que el modo de decirlas es la mitad del mensaje. Así, en 1995, y en compañía de Bruce Mau, el diseñador gráfico más innovador del momento, publicó S,M,L,XL . Allí todo era información: las noches que dormía fuera de casa y los cafés que tomaba, las toneladas de hormigón que se utilizaban en China o el índice de alfabetización de los países del lejano oriente. Entre los arquitectos se contagió la fiebre por firmar un libro grueso. Otra consecuencia fue que muchos dejaron de explicar las ciudades para pasar a definir su concepto del mundo.
Está claro que Koolhaas ha sido un valiente. El premio Pritzker fue la manera de que ese galardón se lanzara a saludar al nuevo milenio con aires nuevos. Es cierto que había levantado algunas obras muy singulares, como la casa en Burdeos para que un paralítico pudiera dominar su territorio, o la biblioteca de Seattle. Pero, como siempre, cuando le dieron el Pritzker, él ya estaba de vuelta. Ya había puesto los ojos en Asia. Optó por convertirse en el arquitecto de la nueva China al ganar el concurso para levantar en Pekín la sede de la televisión. Así, al mismo tiempo en que se negaba a participar en los concursos de la Zona Cero de Nueva York por considerar que representaban un intento de crear "un monumento a la autocompasión a una escala estalinista", se afanaba por conseguir el encargo para construir la torre más alta de Pekín, poniéndose al servicio de un Estado del que difícilmente podría decirse que es menos autoritario que Estados Unidos. Cuando se le preguntó por esa contradicción contestó que el sistema chino estaba cambiando a tal velocidad que cuando se acabara de construir su edificio, "China habría abandonado la represión como herramienta política". El edificio no sólo ha sido estrenado. Se convirtió en una de las imágenes más potentes que las olimpiadas de Pekín vendieron al mundo para, todavía con viejas costumbres represivas, explicar la nueva China.
ANATXU ZABALBEASCOA


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